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Mirando por la ventana…

Comenzar el día temprano, caminar unos kilómetros hasta la oficina y, mientras amanece y despierta el día, tomar el café pegado a la cristalera que da a la calle antes de subir.
Es una forma como otra cualquiera de encontrarme conmigo, de dedicarme unos minutos antes de iniciar la jornada laboral con más o menos fuerza.
Suelo escribir unas líneas en el cuaderno, como forma de desahogo, meditación o limpieza mental, que me hace tanto bien como el caminar ordenando las ideas.
A veces escribo buscando un futuro que no existe o con ese ayer, pasado, que me aprieta el corazón y me carga la espalda doblándome sobre el papel. Pocas veces miro el presente por esa ventana que me acompaña,  sin duda es lo único que poseemos.
Me doy cuenta que voy escribiendo para vivir porque jamás viviré para escribir. Lo que quede en estos cuadernos se morirá como el tiempo. El tiempo que nos avisa de que no somos dueños de él, que estamos aquí de paso y por ello, cada pensamiento que dejamos escrito lo hacemos buscando el sentido de la permanencia.

La vida es el material con el que vamos alimentando nuestra escritura, sean chorradas o no.

Mirando por esta ventana veo a unos y otros corriendo, con prisa. Vamos deprisa sin parar ni un segundo. parece que nos falta el tiempo pero lo que hacemos es derrochar el tiempo.
¿Qué pasaría si nos imaginásemos cómo serían nuestras vidas sin llevar ese peso que llevamos cada uno, en esa mochila que nos cuelga con forma de discusiones, juicios, pasados, preocupaciones, proyectos de futuro. A veces pienso que no sé si sabríamos vivir así, sin esas prisas, sin todo eso que nos pesa, sin querer aparentar o ser lo que otros quieren que seamos.
Aquí, desde este café con aire francés, en ese momento del día en el que me dejo pensar y estar, siento que todo es posible porque la única manera de disfrutar de la vida es estando atento.
Estar presentes, alerta, vivir el momento.
La presencia nos llena por completo. Nosotros somos abundantes si somos capaces de Ser.
Abundancia no es tener. Abundancia no es poseer muchos bienes materiales, dinero. Abundancia es Ser.
Nosotros somos abundantes si queremos Ser.

Lo simple tal vez sea lo que más valor tiene, sobrevaloramos aquello que no vale nada.

Solo nos convertimos en aquello que nosotros mismos nos damos el permiso de ser. Nuestro equilibrio, nuestro bienestar, está dentro de nosotros.
Debemos aprender a querernos. Si aprendemos a querernos aprenderemos a ir vaciando la mochila de todo eso que nos carga. Sabremos perdonarnos y comenzar a relativizar lo urgente, las prisas, para quedarnos única y exclusivamente con lo importante.
Vivimos en el empeño constante de querer ser lo que no somos; buscamos, deseamos, tener lo que no nos satisface porque no nos corresponde; hacemos lo que no debemos.
¿Por qué no nos aceptamos como somos? ¿Por qué no disfrutamos de lo que tenemos? ¿Por qué no vivimos Ahora, como ellos, sin pensar en mañana?
¿Por qué no dejamos de hacer equilibrios o dobles saltos mortales para sentirnos especiales o que lo parezcamos a ojos de los demás cuando lo más importante de nosotros está en el Ser y estar?
Nuestro éxito es nuestra Paz interior. Nuestro fracaso es renunciar a ser quién queremos ser porque es renunciar a nuestros principios y valores, sean los que sean.
No pasa nada por ser diferente.
¿Qué es lo diferente?
No vivimos para siempre, somos impermanentes, nuestros días están contados.
Uno, que ha pasado ya los 50, comienza a pensar mucho más en ello. Comienza a fijarse más en los detalles que antes pasaban desapercibidos.
Toca recuperar la consciencia, el Yo, el Ser. Sentirte agradecido por despertar cada mañana.
Diferenciar el deseo de la necesidad como primer paso para caminar más libres y con la mochila más descargada.
Toda nuestra vida, todo nuestro Ser, depende de nuestra mente. Lo que hacemos, lo que vivimos, el cómo nos sentimos. Cómo nos relacionamos con nosotros y con los demás.
Dejar de sabotearnos a nosotros mismos y encontrar la esencia de nuestro Ser que no está ahí fuera, está aquí dentro.

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