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Día 86: ¿Qué hacemos con los idiotas?

Quiere llover. Hace un rato ha caído una de esas lluvias de verano y el cielo vuelve a amenazar con más tormenta.
Huele a tierra mojada. Este olor me recuerda al campo.
Mañana pasamos en Madrid a la Fase II. Caminamos, o algo así, hacia la normalidad. Yo no lo tengo tan claro. Tampoco sé muy bien lo que es la normalidad. ¿Qué es la normalidad?
¿Somos normales?
¿Lo éramos antes?
¿Lo somos ahora?
Todos hacemos vida, fuera de las casas, con mascarilla. Es la imagen de la calle. es el nuevo estilo urbano. Con lo que, diría yo, no es normalidad.
☝️ La mascarilla se ha convertido en esa normalidad anormal.
‘Se me retrasa el pensamiento’, esta frase, que anoté en mi cuaderno, robada a quién me la dijo, llena de poesía, me viene al pelo ahora mismo. Mis pensamientos van más lentos de lo que escribo. La tarde del domingo suele ser espesa.
Seguimos inmersos en esta especie de huracán, sin saber, llenándonos de preguntas sobre ese futuro incierto al que nos vemos obligados a enfrentar.
Cuánto más tiempo tardemos en salir, en enfrentarnos a esa realidad, más preguntas, vaticinios y miedos nos vendrán.
Me preocupa saber si hemos aprendido algo; darme cuenta cada día, de que no ha sido así, que hemos vuelto a ignorar los mensajes de la vida.
 
➡️ ¿He aprendido algo?
👉 Creo haber aprendido algo. Lo principal, es que la vida te cambia de un día para otro,  hacer planes a la larga no compensa y lo único que realmente tenemos es el Ahora. Que podemos estar preocupados en acumular y guardar para mañana, pero que ese mañana nadie sabe si existe o no existe.
➡️ ¿Qué es urgente?
➡️ ¿Qué es importante?
☝️ Aprender a recolocar prioridades.
Me preocupan esas personas mayores, en general. Me preocupan mis padres, en particular. Ese enorme sector de la población, más vulnerable que el resto, en esta pandemia y siempre.  Esas personas que nos han dado todo para que hayamos llegado hasta aquí. Hablamos de victoria y no hemos superado, que yo sepa, esto.
Muchos volvemos a las calles como si no hubiese pasado nada, y en la tercera cerveza dejamos los codazos y volvemos a los abrazos y besos sin mascarilla. Luego entramos en sus casas, en las casas de esos padres, abuelos, que con prudencia y miedo han cuidado, se han cuidado,  todo este tiempo. ¿Sabemos lo que llevamos?. Además de irresponsables, somos algo idiotas.
Y es que no somos más responsables que antes.
Cuidarnos nosotros es cuidarles a ellos. Esto no ha sido, ni es, ninguna tontería. Esto no ha pasado todavía.
Y al igual que me preocupan mis padres, los mayores, por un lado, me preocupa mi hijo, los jóvenes, por otro. Jóvenes que han de crecer, hacerse con un mundo que les dejamos cada vez más difícil. Él, mi hijo, comienza a vivir junto con todos los de su generación, en esta sociedad que hemos crispado y dado poca solución. Porque entre nuestros jóvenes y nuestros mayores, estamos nosotros; nosotros,  esta generación individualista, egocéntrica y crispada, idiota, incapaz de ponerse de acuerdo en lo fundamental.
Me viene a la cabeza, a cuento,  la entrevista que leía el otro día a un filósofo francés, creo, Maxime Rovere, a cuenta de la publicación de un libro que lleva por título ‘¿Qué hacemos con los idiotas?’
Una entrevista agradable, simpática, de la que me quedé con varias ideas y reflexiones, de esas que yo mismo, sin ser, ni pretenderlo, filósofo, me he hecho y me hago en innumerables ocasiones.
¿Con cuántos idiotas dirías que te has cruzado por la calle esta última semana? ¿Serías capaz de contarlos o te faltan números?
¿Cuántas personas realmente gilipollas has visto en la tele últimamente? No te vayas tan lejos, hoy. Cuenta.
Estas preguntas, evidentemente, hay que responderlas quitándose uno mismo. En mi caso, sin duda, soy un idiota más, lo sé desde hace tiempo.
El libro este, de actualidad, responde a tres preguntas fundamentales: ¿Por qué gobiernan los idiotas? ¿Por qué los idiotas ganan siempre? ¿Y por qué se multiplican los idiotas como si fueran esporas bacterianas del coronavirus?
Si os dais cuenta, los imbéciles alcanzan el éxito y el poder por su extraordinaria capacidad para adaptarse a la media, para ‘encarnarse en la mediocridad’.

«Los idiotas no son la mayoría, pero la mayoría casi siempre es idiota.»

Podríamos hacer distinciones, tipos, de gilipollas. Está el gilipollas engreído, el gilipollas grosero, el jefe gilipollas, el narcisista, el sexista, el tonto gilipollas, el temerario o esos nuevos gilipollas que se reproducen en los últimos tiempos como setas.
Hay, incluso, un estilo de político gilipollas que se está apoderando de este mundo que nos dirige. Pero si hay políticos gilipollas, gilipollas son también aquellos que los eligen. Es el gilipollas electo.
☝️ Los gilipollas suelen ser desvergonzados. Dan a otras personas lo que quieren, son encantadores.
➡️ No hay idiota más poderoso, que uno mismo.
En mi mundo, ese que cada uno nos hacemos, el más idiota soy yo. Soy capaz de generarme continuamente problemas, incluso donde es difícil que los haya.
En reflexiones así, me gusta ponerme yo el primero, como ejemplo. No por nada, sino porque lo soy, para qué lo vamos a negar. Antes de que lo diga otro, pues lo digo yo. Pero el hecho de serlo, te capacita a decir cómo son los demás.
Me preocupa, de verdad, este mundo nuestro tan idiotizado.

Terminamos la semana.

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