Sol, iluminación, luz.
¿Ilusión? No sé. Prudencia, tal vez. Hemos pasado, estamos todavía pasando mucho, como para que ahora demos pasos atrás.
Existe confusión, también miedo.
El debate ahora está en superar fases con garantías.
La garantía es la libertad: el movimiento, el abrazo, el beso, la sonrisa, el vino, la tortilla, el caminar.
Cuando anochece, desde la ventana que tengo al lado de donde me siento un rato antes de ir a dormir, puedo observar la calle mientras, en estas fechas, el sol se pone a lo lejos convirtiendo el cielo limpio, sin toxicidades, en una paleta de colores.
Es un momento mágico, tranquilo, donde hierven los pensamientos e incluso brota algún verso.
Hay gentes que caminan, otros corren. Aprovechan hasta el límite el horario que es permitido salir.
¿Quién nos lo hubiera dicho? Horario para salir. Como cuando éramos pequeños y los padres nos ponían hora de llegada, pero también de salida.
Ese momento del día es tal vez el más tranquilo, tal vez el más triste.
Es un momento en el que haces repaso a tus días, a tu vida. Los fracasos están, los buenos momentos también. Los planes pendientes, los encuentros; los daños ocasionados por acción o por omisión.
De seguro que estos pensamientos míos, nada tienen que ver con los de mi hijo. La edad. Las preguntas. Las respuestas. La fe. Aceptar lo que somos. El tiempo ya resta, mientras a él le suma. Le miro, me emociona.
Y a partir de ahora, cuándo salgamos, cuándo recuperemos la aparente normalidad ¿qué?
Y con esa mirada allá, al infinito, se agolpan las esas preguntas.
¿Para qué todas esas horas de trabajo?
¿Para qué todo esto conseguido, el esfuerzo?
¿Para qué ir detrás de lo no conseguido, el sacrificio?
¿Para qué tantas noches de insomnio?
¿Para qué tantos proyectos, objetivos y metas?
¿Para qué el orden y la organización?
¿Para qué si ahora, en un silencio, no sabemos ni a dónde vamos?
👉 Lo mejor sería reinventarnos como personas.
➡️ Aceptar la situación tal y como venga, no pensar; navegar con optimismo y confianza.
➡️ No tratar de controlar el futuro; es imposible, nos genera ansiedad.
Mañana será mañana.
➡️ Dirigir nuestro esfuerzo y control al momento presente; vivir ahí, aquí.
Casualmente he recuperado hoy, repasando mis notas de años anteriores (Junio 2012), uno de los cuentos más bellos que he leído nunca, por eso lo guardé. Es del maestro Tolstoi.
Su enseñanza es extraordinaria siempre, pero más en los tiempos que vivimos. He vuelto a leer. Creo que Tolstoi expresa en pocas líneas el verdadero sentido de esta gran palabra: felicidad.
☝️ La felicidad no te la dan las posesiones; la felicidad se tiene o no se tiene, se siente o no se siente.
“En las lejanas tierras del norte, hace mucho tiempo, vivió un Zar que enfermó gravemente.
Reunió a los mejores médicos de todo el imperio, que le aplicaron todos los remedios que conocían, y otros nuevos que inventaron sobre la marcha, pero, lejos de mejorar, el estado del Zar parecía cada vez peor.
Le hicieron tomar baños calientes y fríos, ingirió jarabes de eucalipto, menta y plantas exóticas traídas en caravanas de lejanos países. Le aplicaron ungüentos y bálsamos con los ingredientes más insólitos, pero la salud del Zar no mejoraba. Tan desesperado estaba el hombre que prometió la mitad de lo que poseía a quien fuera capaz de curarle.
El anuncio se propagó rápidamente, pues las pertenencias del gobernante eran cuantiosas, y llegaron médicos, magos y curanderos de todas partes del globo para intentar devolver la salud al Zar. Sin embargo, fue un trovador quien pronunció:
– Yo sé el remedio: la única medicina para vuestros males, Señor. Sólo hay que buscar a un hombre feliz: vestir su camisa es la cura a vuestra enfermedad.
Partieron emisarios del Zar hacia todos los confines de la tierra, pero encontrar a un hombre feliz no era tarea fácil: aquel que tenía salud echaba en falta el dinero; quien lo poseía, carecía de amor. Y quien lo tenía se quejaba de los hijos.
Mas, una tarde, los soldados del Zar pasaron junto a una pequeña choza en la que un hombre descansaba sentado junto a la lumbre de la chimenea:
– ¡Qué bella es la vida! Con el trabajo realizado, una salud de hierro y afectuosos amigos y familiares, ¿qué más podría pedir?
Al enterarse en palacio de que por fin habrían encontrado un hombre feliz, se extendió la alegría. El hijo mayor de Zar ordenó inmediatamente:
– ¡Traed prestamente la camisa de ese hombre! ¡Ofrecedle a cambio lo que pida!
En medio de una gran algarabía, comenzaron los preparativos para celebrar la inminente recuperación del gobernante.
Grande era la impaciencia de la gente por ver volver a los emisarios con la camisa que curaría a su gobernante, mas, cuando por fin llegaron, traían las manos vacías.
– ¿Dónde está la camisa del hombre feliz? ¡Es necesario que la vista mi padre!
– Señor -contestaron apenados los mensajeros-, EL HOMBRE FELIZ NO TIENE CAMISA.”
Buenas noches.
¡¡Muy interesante!! Me encantó. Saludos 🙂
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Gracias por pasarte por aquí. Un saludo.
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