No son pocas las personas que están trabajando cada día. Desde la ventana, no llegamos a apreciar más allá del balcón o esa ventana de enfrente. Antes nos daba igual, ni siquiera parábamos en las casas, lo ignorábamos. Ahora anhelamos ver que hay más vida más allá de estas paredes, que no nos hemos quedado solos, como si de una película se tratara, en un mundo desolado por la infección.
Tiempo de anomalía y paradojas que da para pensar y reflexionar. A otros para echar más horas jugando a la Play o frente al televisor.
Es curioso que, hasta hace bien poco, muchos despreciábamos ignorábamos a los pobre, pedíamos que no dejaran entrar a más inmigrantes, porque nos creíamos más listos que nadie, y pensábamos que eran ellos los que traían las enfermedades, los problemas. Ahora, fíjate, somos nosotros los que tenemos que estar confinados, los que nos hemos visto obligados a cerrar las fronteras, los que somos discriminados, segregados y vivimos con un virus que no hace distinciones de nadie.
Antes corríamos 14 horas al día detrás de no se qué y ahora descubrimos que hay vida estando quietos, parados.
Esto nos está obligando a ser nosotros, a volver a Ser de dentro hacia fuera; a ser comunidad y apartarnos de los individualismos. Nos hace ver que la responsabilidad tiene que ser compartida.
Debemos ser conscientes de que somos frágiles, impermanentes; de valorar lo pequeño, el contacto más humano.
El individualismo no ha funcionado. Ahora añoramos estar, contactar, hablar, compartir.
Nuestra vida se ha organizado en función de lo que producimos. El que no produce no está; el que no compite por tener más, no es digno de mi compañía; el que no trabaja 15 horas diarias no vale nada.
Es momento de buscar recursos positivos que alimenten nuestra persona. Éramos pobres de espíritu y ahora tendemos a otro tipo de pobreza, tal vez la menos importante.
Debemos dejar de pensar solo en lo que me sucede a mi y pensar más en lo que sucede a nuestro alrededor.
Hemos superado otras situaciones, posiblemente más graves. La pandemia mundial del coronavirus no es la primera que tiene que afrontar la humanidad. A principios del siglo XX, la peste española llegó a cobrarse la vida de 50 millones de personas en todo el mundo.
Todas estas situaciones, cuando finalizan, porque finalizan, dejan expuesto la fragilidad del ser humano y ese sistema que, entre todos, hemos construido pensando que es el mejor pero, realmente, no lo es.
Las Comunidades Autónomas compiten entre sí, los países compiten entre sí, pero al fin y al cabo, lo esencial, todo lo que creíamos teníamos como era una sanidad con medios para combatir cualquier sorpresa (como la que tenemos), no lo está.
Pero de toda crisis hay que aprender y, sobre todo, sentir las oportunidades. Socialmente creo tenemos la oportunidad de enterrar al individualismo, acabar con el ‘me salvo yo y mi circunstancia’ y saber que de cada uno depende la salvación de todos.
No quiero hablar mucho de política estos días, no me apetece. No quiero hablar nada de nada. Lo que sí he escrito en reiteradas ocasiones, y no me importa volver a hacerlo porque creo y me siento reflejado, es en el liberalismo social.
El liberalismo social cree en el individuo como parte de una sociedad, no como un ente independiente como sí afirma el individualismo clásico.
El “liberalismo social” reconoce el origen social de los derechos humanos, por encima de los individualismos y una idea de libertad como capacidad para actuar. Mantiene el papel del Estado, pero no solo con una función protectora de los derechos, sino ampliadora de posibilidades de ejercerlos.
Justo ahora, en estos tiempos que vivimos, podemos reconocer que esto es así. Tal vez la confusión, los intereses, de unos y de otros nos ha llevado a estar donde estamos. Un Estado fuerte en Sanidad, Educación y, por qué no decir, Defensa, con competencias estatales, soporta cualquier envite. Un estado resquebrajado, en debilidad de competencias en pilares básicos, es incapaz de soportar un ‘ataque’ del tipo que sea.
Debemos tender a la cooperación, no sé si volver al sentido de la Ilustración: la razón, la ciencia y el humanismo.
➡️ Jamás una batalla se gana con una sola espada.
Buenas noches.