He pasado unos días en ese lugar, manchego, entre campos, donde las nubes son capaces de esconderse entre las infinitas lindes y dejar ver el brillo de las estrellas en noches en las que la temperatura carece de grados.
Es ese lugar donde reflexiono, analizo; dónde miro y veo. Me miro dentro, dejo de ver lo de fuera como lo ajeno, externo e irreal. Ahí me desprendo del ego y aprecio la belleza del tiempo cuando esas nubes, maravillosas, van pasando lentamente a través de los cielos inmensos. Cada uno tiene su lugar, el mío es Minaya.
Me creo profundamente inquieto, contradictorio y tal vez introvertido; en momentos pesimista, aun cuando la vida me hace agradecer a cada momento el hecho de estar y vivir. Difícil de cambiar a estas edades; nunca imposible.
Únicamente puedo encontrarme con la reflexión cuando estoy solo, en esa soledad encontrada y no obligada. Es ahí donde soy capaz de encontrarme y llegar a despojarme de la culpa para buscar el perdón en lo más profundo de mi.
Todo lo que nos anima a caminar está ahí, en ese interior nuestro, tan cercano a nosotros que a veces nos olvidamos por completo de él mientras nos podemos en la irrealidad de lo externo.
Aquí surgen las preguntas de lo que verdaderamente importa o vale la pena en la vida. Preguntas que te haces cuando ya has avanzado en el camino, aunque nunca lo suficiente.
«Olvídate de lo que has visto, y eleva tus ojos con fe hacia lo que ahora puedes ver.» UCDM
A vueltas con el ego. Ese ego que nos hace sentir culpables, que nos atrapa al pasado y nos envuelve en miedos y ansiedades.
Si elegimos sentir culpa estamos eligiendo el ego, elegir corregir los errores es volver a recorrer el camino para encontrarnos, de nuevo, con la verdadera esencia de nuestro ser.
No somos culpables de nada porque nada es real, todo es una proyección de lo que pensamos y lo que pensamos está fuera de nuestro control hasta que no decidamos tomarlo.
Estos caminos del campo, permiten la pesadez de los pensamientos, los tropiezos. Lo aguantan todo.
Es curioso como uno despierta pensando que el día será de una determinada manera y luego no lo es. Es la eterna manía o disposición a los planes, esos planes que muchas veces nos generamos en la mente nuestra pero que nada tiene que ver con la realidad.
Porque la realidad no depende de nosotros. La realidad sólo depende de cómo nosotros lo veamos.
Porque no es lo que queremos que sea, es lo que es.
No solo no aprendemos sino que nos obcecamos en el error.
Es verdad que deberíamos de pensar más en las consecuencias de lo que hacemos. Lo que hacemos lo decidimos con antelación, a veces sin pensar en nada más que en nuestro ir. La paciencia es una gran virtud estoica. El pensar antes de actuar también. Una vez que decides hacer, existe un resultado con unas consecuencias ya sea en positivo o negativo. Las consecuencias te afectan y debes de asumir. A veces las consecuencias de lo que dices o haces también afecta a otras personas y ese es, fundamentalmente, uno de los errores de no pensar.
Despréndete del ego. El ego son todos esos miedos, ilusiones, emociones representaciones a las que nos atamos y que no nos dejan caminar como realmente queremos o somos.
El ego se apodera de nosotros pero no de nuestra alma, de nuestro Ser interior.
El ego nos hace decidir erróneamente porque nos obliga a pensar en todo aquello que nos ha ido haciendo sin ser.
Si dejamos de estar tan pendientes de lo externo y nos volvemos hacia lo interno, comenzaremos a ser lo que en esencia debemos ser: nosotros.
Si somos nosotros, decidimos desde nosotros y evitamos no solo hacernos mal sino hacérselo a los demás con nuestras decisiones o acciones.