Caminamos, en nuestros días, digamos que envueltos en los ruidos y algo vacíos de silencio. Y digo algo porque nunca alguien está completamente vacío en ningún lugar, aunque piense lo contrario.
Es verdad que tengo una especie de pasión, con el paso de los años, por encontrar el silencio. Aprovecho cada línea que puedo para hablar y poner en valor sus virtudes. Sé que las cosas tienen el valor que cada uno de nosotros le queramos dar; lo mismo para uno puede ser mucho que para otro nada.
Reconozco que el día a día, enredados en el ruido, el silencio no sería fácil para aquellos que no estén acostumbrados. Pero les aseguro es más que beneficioso aunque solo pasaran unas horas.
Y es cierto, no todos tienen por qué tener mis sensaciones ni tener ese brillo cuando apuran hasta la última gota, o el último silencio, con ese ansia de no saber cuando volver a tener la misma sensación.
Estos días que el sol, todavía en este otoño, nos acompaña, he podido pasear por el campo, entre tierras que, desgraciadamente secas, humedecen nuestra mente con esa sensación de silencio que emociona más allá del sentido primitivo de nuestra esencia evolutiva.
Y he despertado en el silencio, entre unas nieblas otoñales que como visillos adornan y guardan esos campos nuestros. Un sentir poético que tan solo ciertos rincones nos ofrece.
Las mañanas suelen ser frescas. Un frío envuelto en la humedad de la niebla que invitaba a tumbarse en las tierras dejando que el olor a pueblo impregnara todo el cuerpo.
A veces el silencio nos asusta, pero casi siempre, si lo seguimos, engrandece nuestra alma.
Cuando camino en el silencio de estas tierras reconozco en verdad todos mis vacíos, mis miedos, mis peligros y miserias. Es como si me diera cuenta, como decía Pascal, que todas las desdichas miserables se debiesen a una sola cosa, a no saber permanecer en reposo en una habitación.
Parece que vivimos en un continuo deseo de estar alejados de nosotros mismos. Buscamos estremecimientos absurdos que nos alejan de nosotros, del silencio. ¿Miedo?
Es el miedo a caminar en solitario, a sentarnos en silencio, a encontrarnos de frente con nuestras carencias.
El silencio te obliga a encontrarte contigo.
El silencio te hace creer en ti.
El silencio te busca en el único estado en el que tu ser es capaz de entregarse a ti con la máxima humildad.
Si no somos capaces de relajarnos y disfrutar de nuestro presente entonces es que realmente tenemos un problema.
Después de unos días, volver al ruido mundano es algo que apena y entristece, aunque siempre haya motivos para volver.
A veces creo que escribo para dar cuenta de los estados del alma, para que el tiempo quede.
Escribir no deja de ser un vivir en el aquí y en el ahora. Escribes en el momento y eres consciente de cada palabra y pensamiento.
Dotamos de sentido ese ciego discurrir del tiempo que nos llena de ruido y velocidad la vida.
Ir dejando por aquí, los momentos, las sensaciones de estos silencios, de estos caminos, es como ir guardando en un álbum de fotos las imágenes de la vida.
Somos dueños de privilegios que no todos pueden tener, la vida de cada uno está escrita con un destino diferente, a veces incluso ajeno a uno mismo. Por ello deberíamos aprender a valorar más lo nuestro y no olvidar nunca que otros no lo puedan disfrutar no quiere decir que no tengan el mismo derecho a hacerlo.
Con los años cada vez agradezco más, no sé si incluso cada vez busco más, esos instantes de soledad y silencio. Es curioso cómo así incluso consigo percatarme de mucho más de lo que me rodea que en ese caminar diario lleno de prisas.
Hacia tiempo que no pensaba que el silencio puede estar rodeado de ruido porque el verdadero silencio es el de nuestro interior.
Dejamos que todo se vaya, se estropee. Esta ahí delante y no nos percatamos de esa presencia.
Sintamos el presente y busquemos la belleza en todo lo que nos rodea.