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De vez en cuando hay que parar.

Cuando nos acecha el agotamiento mental y físico aconsejo un parón en seco. Uno de esos parones que te sirvan de reconversión y reflexión antes de continuar con la acción.
Buscar los equilibrios es tan importante como vivirlos. Para vivir los momentos no hay que dejar nunca de equilibrar la vida. 

A veces me hago reflexionar sobre algo que aconsejo habitualmente y que, en determinadas ocasiones, me es difícil seguir: revertir las emociones negativas.

Es el momento de parar y es el momento de hacerlo.

A veces nos sentimos nerviosos, estresados, enfadados o crispados por ciertas cuestiones. Todo puede ser un instante, todo puede ser un momento. El simple hecho de mirar el cielo, o contemplar este campo vibrante, nos puede cambiar y estar la mar de bien. 

Los problemas no los causan tanto las situaciones como la manera de interpretarlas o pensarlas. Estos pensamientos nos hacen sentir y actuar de una manera concreta. 

Cambiar pensamientos. Es muy difícil cambiar, de un día para otro, hábitos y comportamientos, pero no pensamientos. Los pensamientos se pueden cambiar y moldear según más nos interese. Depende de ello nuestra calidad de vida. Debemos de alimentar nuestro interior para que no nos afecte tanto el exterior que nos rodea. 

El estoicismo, más en concreto el gran Marco Aurelio, se refería a ello como la ‘ciudadela interior’. Creo que era algo así. Poseer un carácter interno que seamos productores de bienestar, independientemente del exterior. 

Ese ansia por vivir y aprovechar cada instante, a veces en exceso, como si le fuera a faltar mañana. Tal vez esa debería ser la regla: aprovechar cada día como si nos fuera a faltar el mañana, pero desde siempre, con equilibrio, en medida, de tal manera que nunca tengamos que superar ese limite con el riesgo de pasarnos de la raya por miedo a no tener ese mañana.

 

Cuando algo bueno se acaba, nos viene la nostalgia y la añoranza. Con el tiempo nos olvidamos de ello y damos la espalda a disfrutar aquello que tenemos tan cerca y que simplemente nos provoca estados emocionalmente felices.

 

Creemos que la felicidad está ahí afuera, rodeada de bienes materiales, de consumo, de mentiras. La felicidad está aquí dentro, junto a nosotros, tan al lado que la llevamos en nuestro interior a la espera de ser rescatada.

El equilibrio emocional y la felicidad está en las pequeñas cosas; ese paseo por el campo, ese libro, esa copa de vino, la canción que escuchas, la sonrisa que conoces, el verso que te inspira, el beso escondido que das, la mirada callada, el silencio… 

Si todos tenemos la opción de vivir cada momento, con emoción, alegría y pasión ¿por qué no lo hacemos? ¿por qué, al menos, no lo intentamos?

Decía Horacio algo así como «Carpe diem, quam minimum credula postero», no será una buena traducción pero se acerca: Aprovecha el día, no confíes en el mañana.

De vez en cuando para, no pasa nada.

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