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Los cuadernos de la Vida.

A veces siente uno ese tipo de cansancio que agradece porque significa vivir y vivir para cansarse es vivir disfrutando y sintiendo cada instante.

Me asombro con los días, me dejo asombrar con la vida.

Cada uno ve la vida como le interesa, incluso termina por ir construyéndola a su manera, de tal forma que puede llegar a creer incluso lo irreal. 

Nadie somos quién ni para prejuzgar ni juzgar la vida del resto.

La verdad es que la vida, mientras se tiene, no es más que esa acumulación de experiencias y momentos para terminar de hacer un todo, el de cada uno, el que te acompaña en ese final del que nunca sabes cuando llegará.

Pensaba hoy en las personas, particularmente en esas personas que uno va conociendo y que van llenando, a su vez, las vidas de cada uno, ocupando esos huecos o momentos como el que va tapando con yeso las grietas que van surgiendo en las paredes de los edificios. 

Me dejo sorprender siempre por la extrañeza de esas vidas de los otros tal vez porque siempre he querido dejarme sorprender. Una vida sin sorpresas deja de ser vida, como una vida sin acción tampoco lo es.

«En el proceso de pensar o escribir sobre uno mismo uno se convierte en otro.» Paul Auster

Leía esta frase, tratando de acercarme a una reflexión más profunda sobre mi propia vida o sobre mis propias vidas. Porque ¿cuántas vidas vivimos o cuántas vidas somos capaces de vivir en nuestros días? Esos días que vamos deshojando como quien arranca los versos de un poema y los esparce por dónde va caminando, para el que quiera recoger.

La vida no es más que eso, lo que vamos escribiendo y dejando en los cuadernos que vamos acumulando en las estanterías.

Si hay algo que me viene acompañando durante toda mi vida es un cuaderno. No recuerdo un momento de mi existencia, desde mis primeros pasos, sin un cuaderno cerca de mi.

Me contemplo, de canijo, emborronando, rayando, aprendiendo a escribir en uno de esos delgados cuadernos, de pocas páginas, Centauro, con las tablas de multiplicar en las tapas, con sus rayas perfectas y ese olor inconfundible. Y ahora, en esos otros de tapa dura moleskine, u otros de diseños creativos, artísticos, con su tamaño perfecto y también, rayados para no dejarme llevar por las líneas deformes.

Mis cuadernos van escondiendo mi vida, mi aliento. 

En cada página unos pensamientos que son como pasos que van avanzando en el tiempo, sin más remedio que el de dormir en alguna que otra estantería para ser leídos, tal vez, algún día, por los que me hereden y quieran saber de mi y mi mundo. A veces, las más, pienso que no será así, que morirán abrasados o triturados por el desánimo; con ellos morirán, verdaderamente, mis palabras y silencios.

Recuerdo cómo de pequeño mentía para que mi madre me comprase cuadernos. Decía que los había perdido, arrancaba las hojas para que se terminasen pronto o, simplemente, decía que el profesor nos pedía comprar uno nuevo. Mi madre me daba unas monedas y feliz cruzaba a la droguería del señor Goyo que, además de lejías y productos de baño y limpieza, vendía bolis y cuadernos. Lo cogía, lo abría y lo olía, como sigo haciendo ahora cada vez que compro uno.

Soy incapaz de entrar en una papelería y no parar a ver esos cientos de tipos de cuadernos que ahora existen. Rara es la vez que no compre alguno; voy acumulando en la estantería como joyas únicas sin llegar a desvirgar con tinta jamás. Me gusta verlos, tocarlos. Algunos ni siquiera los saco de sus envoltorios plásticos.

Hay cuadernos en los que escribo y cuadernos en los que habito.

Tocar sus hojas, acariciarlo como si fuera un libro. Cuántos cuadernos habrán dado forma a esas grandes creaciones literarias. Cuántos cuadernos esconderán tantísima vida en los rincones de las casas.

Creo que no sabría vivir sin un cuaderno cerca. No sabría vivir sin esos rincones en los que dejar posar un verso, un pensamiento, una reflexión o un simple apunte. Esos cuadernos en los que voy recortando las imágenes que para mi significan algo en mi día a día. Es tan simple como eso.

Tal vez, algún día, cuando yo no esté pero si estén todos esos cuadernos, a mi hijo le de por juntarlos y revolotearlos a modo de lectura biográfica. A veces yo abro uno de tantos al azar. Me pierdo en la lectura hasta que me hace revivir el momento, incluso el lugar, la música, el ruído o el silencio que sentía cuando escribía. 

A veces me emocionan mis palabras y otras me hacen reír. Pero son eso, mis palabras, mejor o peor escritas, peor o mejor pensadas.

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