Hoy me apetecía escribir algo más personal. Es martes pero podría ser cualquier otro día. Brilla el sol con intensidad y creo eso repercute en el estado de ánimo de cada uno.
Esta mañana he paseado por el Retiro, escuchando el sonido de los pájaros, recibiendo el amanecer sobre el lago, y sintiendo cómo así transformo mi mente y mis pensamientos. Veo todo tan diferente en días así que, al regresar a este habitat natural, parece que he estado en otro mundo. Me entra una pereza que me adormece. Me cuesta espabilar.
Mientras camino por el parque me doy cuenta lo que echo de menos mis campos, mi pueblo; su sonido, su despertar, su olor.
Cada uno tiene su lugar, cada uno su silencio.
Decía Cela que
«las aguas vuelven siempre a sus cauces y los hombres, salvo en casos de muy amargo tropiezo, retornan siempre a la querencia del paisaje que los vio nacer.»
Qué razón tenía.
No entiendo a aquellos que renuncian a sus raíces, a sus lugares de nacimiento, sus pueblos o lugares. Muchos lo hacen por falta de allegados o casas que les acojan; otros, simplemente porque prefieren olvidar o, tal vez, porque ni siquiera quieren poner en valor lo que es sentirte parte de una tierra, lo que significa tener raíz en algún lado.
Poner en valor lo nuestro. Otro gallo cantaría o pocos ‘gallos’ se atreverían a cantarnos. Valoramos más lo de los demás que lo nuestro. Y es tan sencillo hacerlo como quererlo.
Es verdad que en el mundo habrá una inmensidad de lugares más bellos que Minaya; pueblos hermosos llenos de historia. Pero ninguno es Minaya, ninguno tiene nuestra historia. Minaya es y no necesita ser como los demás. Ninguno huele ni sabe igual. En ninguno eres capaz, por ejemplo, de agarrar montones de estrellas por las noches. En ninguno llegas a escuchar el silencio como allí.
Solo allí soy consciente de cada momento. Soy capaz de olvidar y analizar con la tranquilidad qué merece cada instante de presente de cara al futuro.
Estos días pensaba que el tiempo corre más deprisa de lo esperado y, sin darnos cuenta, las fechas se nos echan encima y nos llega otra vez el verano.
Es hora de centrarnos.
Es muy difícil querer estar en todo, pero así, también es fácil que todo quede a medias.
Es hora de eliminar de nuestros días aquello que nos molesta o entorpece la consecución de nuestros objetivos.
Creemos que las cosas son sencillas, o al menos eso nos puede parecer. Pero todo requiere su tiempo, hasta para hacer lo más sencillo.
Toleramos en nuestros días demasiadas cosas que lo único que provocan es agotamiento para llevar a cabo otras muchas.
Todo se puede con orden y siendo dueño de tus tiempos.