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De Catetos…

La distancia no es larga, el tiempo tampoco.

Hay cosas que me joden -perdón por la expresión-enormemente. Lo peor, por otro lado, es que son cosas que me ratifican en la idea de que algunos se han ganado a pulso esa imagen de estar alejados de las personas normales, del día a día,  de la sociedad de a pie, de la calle, de la gran mayoría de ciudadanos. Sé que no se puede generalizar, que somos muchos más los normales, pero el problema es que los que nos dirigen,  tal vez no lo sean tanto.

¿Qué quiero decir con esto? Que solo hay que mirar currículum, perfiles o árboles genealógicos. Los que tenemos la oportunidad y privilegio de conocer y mantener una conversación, de vez en cuando, con esa llamada clase dirigente, lo captas al instante. Me explico.

Estos días he escuchado, de boca de alguien, algo así: «me marche del bar de la gasolinera porque estaba lleno de catetos.» 

¿Catetos? -me pregunté-. Cateto es una persona pueblerina o palurda, torpe o inculta. Quién me lo está diciendo, independientemente del apellido, podría poseer alguna de estas características. Pero bueno…

«En fechas así no bajo a pasear a la playa porque me molesta que me mire tanto turista de fin de semana.»

¿Qué te miran? ¿Y por qué van a mirarte a ti? Ni que en bañador pudieras resaltar por encima de los demás.


Y la tercera frase, que la voy a obviar aquí, fue suficiente para como preguntar a la persona con la que estaba y que, por cierto, me conoce perfectamente desde hace mucho tiempo, que si sabía con quién estaba hablando. 

«¿Por?» 

Porque por lo que dices, contesté, y según tu concepto de ‘cateto’, lo estas haciendo con un cateto de pura cepa y a honra. 

«¿Por qué dices eso?»

Porque podía haber sido uno de esos del bar de la gasolinera, o uno de esos de la playa de fin de semana, o uno de esos del chato de vino en el bar del pueblo o uno de esos millones, la mayoría, de familias humildes, de pueblo. 

¿Cateto? Oye pues sí, ¿y qué?

A lo mejor ese es el problema que tenemos, y que yo he venido criticando desde hace tiempo: los que nos dirigen no  a la inmensa mayoría de los ciudadanos.

Claro, catetos no son los del barrio de Salamanca ni Pozuelo -con todos mis respetos-, ni los condes ni marqueses, ni los Rato ni las ‘Ratas’, ni los Correa ni los Granados ni los Bárcenas. Claro, todos esos son los listos. Catetos, posiblemente para ellos, somos esos de Vallecas, de Getafe o de Parla, de Minaya o cualquier pueblo andaluz o extremeño. Catetos, para ellos, deben ser esos millones de españoles que se levantan a las seis de la mañana para salir a buscar el sustento de su familia, o esos que ni siquiera llegan a fin de mes. O los que han entrado en barrena y son incapaces de conseguir un empleo.


Y en momentos así, sinceramente, yo me siento más cerca de los que estos creen ‘catetos’ que de ellos.

Es verdad que nací en Madrid, en Carabanchel para ser exactos, vivo en una gran ciudad, Getafe, y me siento del pueblo más hermoso de Albacete; el de mis padres, abuelos y bisabuelos, el de mi infancia y vida, Minaya. Mis abuelos agricultores, de campo puro. Mi padre funcionario no de nivel A, pero de grado platino en la vida; mi madre ingeniera de sus labores, doctorada en cocina por la experiencia y sin necesidad de estrellas porque las tiene todas. Y es verdad, el máximo tesoro de toda la familia son los valores y la educación. Nunca nos faltó de nada. Tampoco calculábamos las horas que mi padre no estaba en casa, siempre trabajando.

Es tremendo como la apariencia confunde a las personas. Como a algunos les repatea el intestino que alguien sin raíz ‘noble’ pueda tocar o convivir en círculos de cierto ‘nivel’ (?). A veces he sentido eso de «no sé cómo puedes estar aquí «. Todo es práctica. Lo bueno de las personas como yo, catetos honorables, orgullosos, es que no hacemos distinción entre unos y otros; igual estamos con esos que se creen y no son nadie, que con los que son y no se creen nada.

En fin, no voy a extenderme mucho más porque me cabreo y, realmente, no me apetece. Así nos va. Por cierto que, en este caso, como otros muchos, la comida la pagó el cateto porque, eso sí, tiene bastante más educación y clase. La clase, amigos, no va en el apellido, en la tarjeta, en el dinero que tengas, los estudios u oposiciones, en el traje o el título nobiliario: la clase va en la persona y, o se tiene o no se tiene.

Las personas somos como somos y ninguno somos igual al otro. Podemos parecernos, tener alguna característica común, complementarnos, pero no ser iguales.

El carácter, la forma de ser, las virtudes, los defectos, el olor que desprendemos, los valores, nos hace realmente diferenciarnos los unos de los otros. Eso es extraordinario.

 

La convivencia entre unos y otros, nos enriquece. 


Pero todos somos personas y aquellos que buscan desigualdades por razón de sexo, raza, estatus, formación, creencias o cualquier otra distinción, están abocados al fracaso intelectual, personal y político. Así lo siento.

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