Me preguntaba hoy, a mi mismo, si realmente soy una persona tolerante.
Nos damos muchas veces puñetazos en el pecho, señalándonos como los más tolerantes del universo pero: ¿realmente lo somos?
Es fácil ser tolerante con nuestros iguales; con tu familia amigos o compañeros. Lo realmente difícil es ser tolerante con aquellos que no son como tú; ni en ideas, ni en raza, ni en creencias ni, en condición sexual.
La tolerancia es el respeto a las ideas, a las creencias, o prácticas cuando son diferentes o contrarias a las propias y/o a las reglas morales.
La tolerancia es uno de los valores más importantes ya que supone la aceptación de lo que entendemos no es como nosotros. Desde la tolerancia se evitan los conflictos.
Ya he escrito (y continuaré haciéndolo) en alguna ocasión sobre la Tolerancia (leer aquí).
Pero hoy, nuevamente, he vuelto a hacerme la misma pregunta: ¿soy tolerante?
Me he hecho la pregunta tras una discusión, algo acalorada, con alguien que no opinaba como yo sobre una cuestión política. Escuché atentamente sus razonamientos, sus reflexiones pero, cuando expuse mis ideas, además de cortarme continuamente, prácticamente me dijo que me callase porque sólo decía tonterías.
Bien, en ese momento surgió ese carácter que uno lleva dentro y, evidentemente, le dije que si no era capaz de escuchar y respetar la opinión de los demás, por mi parte la conversación terminaba ahí. En el instante, como si lo que buscara es un desahogo, además de dedicarme algún improperio, señalando con el dedo, me dice el ‘animal‘: «No pienso tolerarle que me hable así, seguís siendo unos niñatos».
¿Niñato, con cerca de 50?
Me he quedé estupefacto.
Me levanté, desperté del letargo educado y le dije algo parecido a lo que he escrito antes: «es absurdo tratar de mantener una conversación civilizada con un asno.» Seguidamente, me di la vuelta y, sin despedirme de nadie, me marché.
El caso es que, esta persona en concreto, es profesor universitario en Madrid, de Derecho para ser exactos. Me alteró. Me sentí alterado y, si no es por los años suyos, también los míos, y por esa especie de equilibrio vital que me acompaña últimamente, lo normal es haberle soltado una bofetada y haberla liado del todo.
Pero no. Me he marchado dando un paseo y pensando que, realmente soy incapaz de tolerar a personas así. No quiero estar con ellas, ni hablar, ni escucharles.
Es muy difícil ser tolerante con aquél que sabemos no es tolerante contigo.
Ese sí es un auténtico ejercicio de tolerancia.
¿Dónde se pone el límite de nuestras pacientes virtudes?
Me gusta conocer y conversar con personas que no piensan como yo. Es un ejercicio vital, sobre todo cuando sientes que con el que hablas no piensa jamás admitir tus ideas. Siempre desde el respeto. Cuando el que está enfrente no te respeta, ni escucha, ni admite que aportes opiniones distintas, él no es tolerante contigo por lo que a lo mejor a mi tampoco me apetece ser tolerante con él.